Señor Secretario de Transportes (y funcionarios con rangos superiores):
Soy María Laura Rodríguez, 24 años, una usuaria más del tren Sarmiento. Hago el recorrido Once-Moreno todos los días y estuve en el tren que chocó el 22 de febrero pasado. Y quiero contarles que el accidente no me sorprendió. No sé cuántos artículos se habrán escrito sobre lo mal que se viaja, ni cuantos conductores de TV se subieron a un tren con una cámara, pero hacer una de estas notas ya resulta un cliché. Yo quiero hablar desde otro punto de vista: el problema es aún más grave que trenes que llegan tarde, se cancelan o la inmensa cantidad de gente que viaja cada día. El problema es que TBA, quien tiene la concesión del Sarmiento, es una empresa diabólica. Lo digo porque TBA afecta la personalidad de la gente, causando estragos. TBA transforma a la gente. Los vuelve psicóticos. Aquella señora que está comprando pan, en el Sarmiento golpea niños para poder sentarse. Aquel muchacho que toca la guitarra en la esquina, se transforma en un tor**** ingresando en el tren, atropellando a quien sea que esté a su alrededor. ¿Y qué es lo que pasa? TBA le quita el alma a la gente.
Voy a hablar de lo que me pasa a mí, pero estoy segura de que todos los pasajeros del tren se sentirán identificados: Fuera del Sarmiento, soy una persona normal. Me encantan los gatos, abuso del sarcasmo y adoro a los Beatles. Mi trabajo es de ensueño: hago control de calidad de video juegos. Me levanto todos los días temprano, y me voy a la estación de Moreno, mientras mi espíritu se apaga lentamente. Cuando llego al andén, me siento miserable. El espacio está sucio y repleto de gente, y no hay ningún tren. Mientras más tiempo pasa sin tren en el andén, más siento que la angustia se apodera de mi alma. Porque sé cómo será el viaje. Cuando llega el tren, siento que somos una manada de cerdos a la que le acaban de echar comida en el platón. El tren llega lleno, porque la gente de las siguientes estaciones que va a Once se toma el tren a Moreno, para asegurarse un asiento cuando ese mismo tren vuelva hacia Once. Pasamos todos a ser un grupo de miserables que tiene que golpear al prójimo o ser golpeado para entrar. Mi manera de pensar no me permite golpear a nadie y por eso todas las mañanas recibo golpes, tirones de pelo, pisadas, y alguna que otra vez tirones en la ropa que me la terminan rompiendo. Todo esto para conseguir un asiento o un lugar más o menos cómodo en un tren sucio, con olor a pis, ventanas que no abren o no cierran, o directamente sin ventanas, cables hacia afuera, ningún extinguidor ni tacho de basura, chispas que salen de las ruedas, ventiladores no andan, los pisos rotos con los que la gente se tropieza. Hay agujeros en el suelo y en los fuelles, y podemos viajar mirando las vías.
Los pasajeros tenemos horarios que cumplir, y a TBA no le importa porque ni siquiera cumple los suyos. Perdemos presentismo y premios cuando TBA quiere. El Sarmiento es lo más putrefacto de la sociedad. Todas las inmundicias que rodean el mundo se concentran homogéneamente en cada vagón. El tren es una sociedad en la que cada ser es perfectamente egoísta y agresivo, en la que la avivada criolla es una virtud respetada y admirada. Una sociedad donde está bien golpear a cualquier persona que esté cerca nuestro, con tal de sentarnos. He visto a adultos golpear y empujar bebés. Y cuando termina la salvajada, la gente se ríe. Porque, claro -dicen ellos- “si no te lo tomás con humor, vas a vivir angustiado”.
Pero no culpo a la gente, no. Culpo a TBA, quien con su manejo del transporte público nos enseñó que si no te sentás en el tren viajás tan pero tan mal que te queda doliendo todo hasta el día siguiente. Nos enseñó que si no empujás al que está al lado tuyo, él te va a empujar y lastimar a vos. Nos enseñó que es una guerra y que tenés que matar o morir. Llegué al punto de llorar todos los días en el andén. ¿Saben por qué? Porque TBA es una máquina succionadora de almas. Ellos nos tratan como basura, y nosotros asumimos ese rol aceptando viajar en las repugnantes condiciones en las que viajamos. He llegado a creer que TBA es el mismísimo Demonio. Y yo me bajo en cualquier andén y lloro. Lloro casi todos los días. Porque si hay algo que TBA no me va a quitar, es el alma. Yo aún tengo la mía y sufro, y lloro. Y me alegra llorar porque significa que todavía siento. Significa que no estoy dispuesta a perderla, así como pierdo mi dignidad cada vez que me subo al andén.
Y hoy lloro porque TBA nos quitó los cuerpos de 51 personas que viajaban conmigo. Sus últimos momentos de vida lo pasaron despojados de su dignidad y personalidad. Murieron siendo un número más de animales sin importancia, como somos todos cuando viajamos. TBA nos está matando, y ustedes no hacen nada para evitarlo. Le entregaron unos hermosos trenes de dos pisos, que fue como entregarle un Ferrari a un nene de 5 años para que juegue. Le dieron algo maravilloso a una empresa que es tan incapaz de resolver problemas que yo ya no me sorprendo con las cosas que veo.
Doy unos ejemplos:
Problema: Por alguna razón a la gente se le ocurrió que en furgón se puede fumar, y hay tanto humo que la gente se ahoga y no puede respirar.
Solución de TBA: Sacarle las ventanas a los furgones para que salga el humo.
Problema: La gente no paga el boleto.
Solución de TBA: Amenazar con una multa si no tienen boleto a la salida, pero liberar todos los molinetes y tener a dos guardas que en lugar de revisar los boletos, revisan sus mensajes de texto.
Problema: La gente no quiere salir de un tren que se canceló sin explicaciones.
Solución de TBA: Mandar un par de empleados de TBA a que insulten a la gente, les chisten y les digan “fuera, fuera, fuera” como si fueran perros para que se vayan.
Si TBA fuese un doctor, curaría las fracturas expuestas con apósitos adhesivos. Lo que pasó ese miércoles no nos sorprendió a ninguno. Lo primero que pensé fue “ufff, ¿y ahora qué pasó?”.
Lucas Menghini viajaba en el mismo vagón que yo. Estaba en una cabina en la que está prohibido estar. Bah, los pasajeros creemos que está prohibido entrar ahí porque en realidad no hay prohibiciones explícitas. Pero a veces entramos, ¿saben por qué? Porque ahí dentro se viaja muy mal. Pero afuera se viaja extraordinariamente horrible. Quisiera que Nilda Garré viaje durante un año en el Sarmiento, a ver si no considera jamás ni por un segundo viajar allí dentro. No, Lucas no tuvo la culpa.
La culpa la tienen ustedes porque no le dieron otra opción a Lucas. Ni a ninguno de los otros 50 pasajeros fallecidos. ¿Qué hace falta para que hagan algo? El miércoles se les sumaron 51 muertos que ustedes tienen que cargar sobre sus espaldas. Durante el resto de su vida van a sentir ese peso. Como les dije al principio, considero que TBA es el Diablo en persona. Estén seguros de que va a seguir matando gente.
Mis padres me enseñaron a no usar la palabra “odio”, porque es una palabra fuerte. Pero se los tengo que decir: Los odio. Los odio por lo que le hicieron a Lucas. A Lucas Menghini, a los 50 Lucas que murieron en esa tragedia, y a los 40 millones de argentinos que desde el 22 de Febrero de 2012 también nos llamamos Lucas.